La luna se puso, y solo una habitación oscura y una cama que nos arropa nos acompaña. La ropa ya no tiene sentido cuando estamos cerca. Y el tiempo no existe cuando se trata de intimidad. Nuestros labios hablan el mismo lenguaje, y aunque las palabras sobran, no paro de susurrarle al oido todo lo que quiero que me haga.
Mientras el calor de su cuerpo acecha la curvatura de mis nalgas frías, partículas de besos mojados van dejando su rastro por cada rincón de mi piel. El terciopelo que cubría una luna desnuda se iba estremeciendo al sentir como el respirar de su alma se entrelazaba con mi ser. Y así, como quien busca desesperadamente una flor para su jardín, sus manos inquietas, deseosas por encontrarla dieron comienzo a una batalla eufórica entre paredes sigilosas y sábanas mojadas.
Como gotas de rocio el iba recorriendo el sendero de mis montañas, hasta desembocar en los labios de un jardín prohibido. Adicta a la sensación de poder tocar el cielo con un suspiro, mis gemidos no paraban de pedirle que siguiera la jugada entre una lengua fogosa y labios enardecidos.
Sumisas mis caderas que se exaltan, al querer ser dominadas por la fuerza de su entre piernas. Inocentes mis ojos al mirar su cuerpo, que al rosarme me quemaba. Paredes son testigos de un acto de delito en la escena del crimen de una cama cubierta de nubes blancas.
Y fue aquí, entre sabanas mojadas donde te llevaste mi respiración, dejándome arder en el frenesí de una noche de pasión.
– Chandra Z.
